Ronaldinho Gaúcho, la eterna sonrisa

Cuando Leo Messi recogía su quinto balón de oro y saludaba a su hijo abriendo la palma de la mano, escenificando los cinco balones que había ganado desde que es futbolista, me vino el recuerdo de un joven Ronaldinho recogiendo en el año 2005 su primer y único balón de oro. Cómo pasa el tiempo pensé, y es que ya hace 11 años de aquel instante, en que Ronaldinho sonreía al mundo mientras la gente se preguntaba cuántos balones más podría ganar el astro brasileño. No sé si hubiera llegado a los cinco de Messi, pero no hay duda de que tenía la calidad suficiente como para conseguir alguno más.



Ronaldinho era un mago del balón, un jugador capaz de enamorar a todo un estadio con su juego y sus filigranas con independencia del equipo para el que jugara. Todos los estadios del fútbol español, Bernabéu incluido, se rindieron a sus pies y le agradecieron hacer del fútbol un deporte tan bonito. Su único problema estaba en la cabeza, en la fiesta, la noche, las mujeres y las discotecas. Le gustaba demasiado la buena vida como para tener que renunciar a ella cada fin de semana.
Aun así, y a pesar de que pudimos disfrutar poco de su fútbol, Ronaldinho nunca defraudaba. Era un jugador único, no era un goleador, no era un asistente, era un mago, un bailador con un balón en los pies. Ronaldinho simbolizaba el arte del fútbol brasileño en su máxima expresión. Sí, era un artista del balón. Y aunque sus vicios no le dejaron ser artista durante muchos años, dejó obras para la eternidad.


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