La palabra Dios es usada en el mundo del fútbol
y el deporte con mucha más asiduidad de la que nos pensamos. De hecho, en la
victoria que el F.C.Barcelona cosechó en el campo del Leganés el pasado 17 de septiembre, varios diarios usaron el
titular “Fue lo que “dios” quiso”, para hacer referencia a la exhibición que
dio Leo Messi sobre el terreno de juego. Y también en Sin Balón, más de una vez
hemos usado el término D10S para referirnos a Leo.
En su definición más simplista la Real
Academia Española define a Dios como un ser sobrenatural y único al que se rinde
culto. Partiendo de tal definición, es lógico que nos guste encumbrar a los
futbolistas y deportistas a la categoría de Dioses, pues consideramos que hacen
cosas sobrenaturales y únicas de las que nosotros no somos capaces, y además
les rendimos culto cada domingo en los estadios, coreamos sus nombres, les
aplaudimos y les veneramos.
Más allá de nuestras creencias
religiosas, creo que todos podemos llegar al consenso de que por Dios
entendemos una figura mística, desligada de las limitaciones que tenemos los
seres humanos en la Tierra. Por ello, si profundizamos un poco más en la figura de
estos deportistas, quizás nos demos cuenta de que estamos ante figuras muy
terrenales y que detrás del hecho de llamarlos Dioses se esconde una gran contradicción.
En primer lugar, considerar Dioses a personas que llevan toda la vida
haciendo una misma cosa y que fruto de su trabajo diario han conseguido el
resultado que obtienen, no parece lo más sobrenatural del mundo. Una vez les
preguntaron a los Beatles cuál era su secreto para tener tanto éxito y ellos
respondieron que la clave de todo, eran las más de 8 horas al día que se
pasaban en el estudio repitiendo las canciones hasta que sonaban perfecto. No
eran Dioses, pues si fuesen Dioses no les hubiera hecho
falta trabajar tanto. Lo mismo sucede con los futbolistas: necesitan años de entreno para llegar a ser lo que son. En segundo lugar, el éxito en este mundo siempre viene acompañado
de grandes recompensas materiales: sueldos desproporcionados, coches de lujo…
Los deportistas se acaban convirtiendo en esclavos de estas pertenencias, acabando
necesitando siempre un sueldo más alto, un coche más rápido… lo que les aleja
del ser místico al que, independientemente de nuestras creencias, entendemos por Dios.
Pero entonces, estando los futbolistas y los grandes deportistas de élite tan alejados de lo que realmente podría ser considerado como Dios, ¿cómo es que nos gusta tanto darles esta etiqueta? Dejo la pregunta en el aire, pues al intentar
contestarla me doy cuenta de que hay más de una respuesta y de que probablemente cada
uno de vosotros tenga la suya. Me encantaría conocerlas.
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