En el pequeño barrio de Las Norias,
perteneciente a la ciudad de El Ejido,
historias como esta se repiten día a día, año tras año. La historia que
os cuento hoy es la de Max, pero bien podría ser la de Mamadou, Moustafa,
Ossama… Es la historia de aquellos que empujados por la esperanza de encontrar
un futuro mejor deciden emprender un viaje en el que encuentran muerte y
desgracia, motivos que por muy grandes que nos parezcan resultan insuficientes
para acabar con un sueño de una vida digna en el continente europeo.
Hoy Max decide contar su historia a 15
voluntarios venidos de Barcelona para organizar una Escuela de Verano para los
chicos del barrio de Las Norias. Nosotros hemos ido a conocer a la fundación
Cepaim, donde se dan clases de español para inmigrantes recién llegados. Max
también va a esas clases, pero hoy llega tarde. Cuando entra se sienta en una
silla y saluda asombrado con la mano. No entiende de donde ha salido tanta
gente. Entonces llega la profesora, una mujer española cargada de energía que
llama a los chicos para que vayan a clase, sin embargo Max no se inmuta. Se
queda parado, mirándonos a cada uno de los que estamos allí sentados. La
profesora lo mira y lo entiende. La educadora del centro nos lo presenta, nos
cuenta que Max sólo hace dos meses que está en Las Norias después de haber
estado seis esperando saltar la valla de Ceuta. Le pregunto qué edad tiene y
nos dice que 21. No sé si es su cara, sus gestos, su mirada o las cicatrices
del muro de hierro que hace sólo dos meses le separaban de España, pero le
hubiera puesto muchos más. Entonces le preguntamos si le gustaría contarnos su
historia. Se queda callado, mira al suelo, remueve en su corazón y nos damos
cuentas de las ganas que tiene de ser escuchado. No sé cuántas veces la habrá
contado, pero estoy seguro de que esta es la primera vez en que gente de su
edad tiene tantas ganas de oírla.
La historia de Max empieza en Camerún, donde
vivía con sus padres y sus seis hermanos. Dice que era una tarde cualquiera
cuando decidió emprender el viaje hacia España. Su familia había reunido el
dinero suficiente para que pudiera partir a Europa, donde todos creían que le
esperaría un futuro mucho mejor. Sabían que el viaje podría ser largo, pero
valía la pena, pues se dice que en Europa el dinero crece de debajo las
piedras. Después de despedirse de toda su familia y haberse cargado la mochila
con todo lo necesario para un viaje tan incierto, Max no sabe que le aguarda un
infierno de dos años en el que sobrevivir será su instinto más necesario. Con
los ojos llorosos, silencios eternos, risas amargas y miradas perdidas nos
cuenta como la policía marroquí incendió el bosque donde varios inmigrantes
aguardaban para saltar la valla, allí perdió a un amigo que murió engullido por
las llamas. Nos explica cómo fue pasando de una mafia a otra, como siempre le
pedían más dinero del que tenía y como nunca decidió contar a su familia el
infierno en el que vivía. Si llamaba a casa era para decir que todo iba bien y
que el viaje ya se acababa. Esperar meses en un pueblo abandonado a que alguien
lo viniera a buscar para seguir por la travesía del desierto o caer en manos
de grupos terroristas que querían el poco dinero que tenía se convirtió en su
día a día. Tener que sobornar a la policía, caminar horas y horas, no comer en
varios días o ver como violaban a una de sus amigas, fueron algunas de las
experiencias que tuvo que vivir durante esos dos eternos años. Es difícil poner una estructura temporal a su
historia debido a la cantidad de situaciones dramáticas que vivió en un espacio
tan corto de tiempo. A este hecho se le conoce como el síndrome de Ulises y lo
sufren la mayoría de inmigrantes que vienen a España. La acumulación de traumas
les hace olvidar el espacio temporal y no recuerdan cuando paso una cosa o
cuando paso la otra. Por ello, Max nos explica las cosas que más le marcaron y
le dolieron, aquellas que por mucho dinero que pueda ganar en Europa ya nunca
podrá olvidar.
Su historia nos remueve el corazón, nos deja
a todos con mal cuerpo y la sensación de que la Escuela de Verano que hacemos
en Las Norias es una gota de agua demasiado pequeña en un desierto demasiado
grande. Salimos de la fundación Cepaim llenos de impotencia y de lágrimas
mientras Max nos pide que sonriamos y
nos dice en inglés que la vida no es igual
para todos: “Life is life, but life is not the same for everyone”. Esta frase se nos clava dentro y volvemos a casa con la sensación de que somos
incapaces de cambiar una realidad que nos supera.
Y esta es sólo la primera parte de la
historia, ahora le queda por escribir la segunda. ¿Qué es lo que hará en
España? ¿Cómo conseguirá los papeles? ¿De qué vivirá cuando ninguna fundación
pueda seguir acogiéndolo? Preguntas que siguen hoy en día dentro de nosotros y
de las que quizás nunca conozcamos las respuestas.
Pero al menos conseguimos algo, para Max el
hecho de que jóvenes de su edad escucharan su historia con tanta atención fue
muy importante. Abrirse y poder relatar sus experiencias le permitieron avanzar
en su proceso de integración en un lugar tan nuevo para él. Al día siguiente
vino a vernos a la escuela donde vivíamos, estuvo hablando con nosotros,
enseñándonos fotos de su móvil y explicándonos como era su vida en Camerún.
Luego se puso a jugar a fútbol en uno de los partidos que se hacían cada tarde
en el campo de fútbol de la escuela, el único que hay en todo el pueblo. Era la
primera vez que lo veíamos viniendo a jugar con el resto de jóvenes, y quiero
pensar que nosotros tuvimos algo que ver. Y allí, con la única preocupación de
pensar a quién le daría el siguiente pase o por donde marcaría el próximo gol,
Max volvía a sentir que tenía 21 años y que era un joven que sólo quería
pasárselo bien. El fútbol parecía devolverle la juventud y la inocencia que
había perdido en su tortuoso camino, y desde ese día vino cada tarde. Esperemos
que ahora que nosotros ya no estamos allí siga yendo a jugar esos partidos con
el resto de chicos del pueblo, pues le devuelven algo que nunca debería de
haber perdido.
2 Comentarios
Interesante historia, es una lástima que gente extranjera como Max que lo único que desean es vivir una vida con dignidad, tengan que vivir experencias tan traumáticas como las que él vivió para llegar hasta España. Ojalá que su estancia en España sea mejor que la que vivió en Camerún.
ResponderOjalá sí Futbolero 2011, ojalá pueda encontrar en España la vida que no pudo tener en Camerún, ganas no le faltan.
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