Cuando
un equipo pierde sus aficionados suelen reprochar a los jugadores no sentir los
colores, no correr o no echarle “huevos”. Evidentemente, se trata de la
expresión de una mezcla de sentimientos encontrados (decepción, vergüenza,
frustración, ira ...), que no aguanta un análisis racional. Así sucede con el
último reproche. La exigencia de una mayor dosis de testiculina es tan
frecuente como desafortunada. Así lo ha demostrado el último mundial de fútbol
femenino. El juego de las féminas ha alcanzado un nivel muy alto, que poco
tiene que envidiar al de los varones. Y algo parecido sucede con la petición de
que los futbolistas corran más. Es cierto que las ganas y el esfuerzo son
importantes en un deporte tan físico como es el balompié. Y un buen equipo
requiere de auténticos correcaminos. Sin embargo, los mejores jugadores no son
aquéllos que más corren sino los más imaginativos, precisos y audaces, capaces
de inventar quiebros, fintas y goles imposibles. Y recuerden lo que dijo el sabio:
“Correr es de cobardes”.
Tampoco
es afortunado el reproche de no sentir los colores. Evoca un romanticismo que
nada tiene que ver con el fútbol actual. Resulta sorprendente que los
aficionados exijan a los futbolistas que amen el club para el que juegan. Ojala
así fuera. Pero no hay que olvidar que los futbolistas son trabajadores que se
deben al equipo que les ha fichado y les paga. La brevedad de su carrera, la
ingente cantidad de dinero que mueve la industria del balompié y las nuevas
fórmulas empresariales (TPO) explican y justifican que, salvo excepciones, sigan
el lema que hizo famoso Cuba Gooding Jr en la película Jerry Maguire: “Show
me the money”. ¿Qué se les puede exigir? Esencialmente tres cosas. Primero, que apliquen las habilidades que se les suponen -y por las que se les fichó- cuando jueguen. Segundo, que entrenen como es debido. Y tercero, que se cuiden; en particular, su salud y su alimentación. Un futbolista que salga hasta altas horas de la madrugada, se alimente de comida basura y se arrastre en los entrenamientos está incumpliendo el contrato que le vincula al club.
Lo
mismo sucede con los entrenadores. Aunque su carrera puede ser más larga, son
el eslabón más frágil de la cadena. Es más fácil, y más económico, echar a un
entrenador que despedir a once jugadores. Además, constituyen una excelente
cabeza de turco cuando los presidentes ven peligrar su puesto. De ahí que no parezca lógico exigirles que sientan los colores. Pero sí hay que pedirles que apliquen los conocimientos que se les suponen. Y también que antepongan los intereses del club a los suyos propios o los de terceros; sobre todo al pedir o aconsejar fichajes.
¿Y qué decir de los presidentes? Pues que la profesionalización también ha llegado a la
cúspide de los clubes profesionales. Asistimos a un desembarque de magnates de
todo el mundo en los equipos españoles. Multimillonarios procedentes de China,
Singapur o los países árabes han desembarcado en España convirtiéndose en los
accionistas mayoritarios del Español, Valencia, Málaga o Racing, por poner unos
ejemplos. ¿Sienten los colores? Más bien consideran que los clubes de fútbol
son una oportunidad de negocio, tal como explicó el economista Josep Maria Gay
de Liébana en el programa Versió Rac1
de Toni Clapés (puede escucharse la entrevista aquí). Si quieren una valoración, lean las palabras de
José María García a raíz de una entrevista de la que se hizo eco El Mundo
Deportivo:
“Al mar no se le pueden poner puertas y el
que lo intenta se estrella. El error gravísimo nace del PSOE, que impuso las
sociedades anónimas deportivas. Nacieron heridas de muerte: aquellos barros
traen estos lodos. Es un desacierto total. Porque el fútbol es un gran negocio,
pero sigue teniendo un componente humano muy sensible
El nieto es del equipo del abuelo.
¿Qué pueden ver ahora en un chino que acaba de llegar, que no habla ni
castellano? ¿Qué puede pensar ahora un aficionado al Espanyol de toda la vida?
¿Por qué han echado a un tío como el que tenían de entrenador? Es un pecado. El
fútbol nunca puede ser un negocio”.
Hoy en día sólo los aficionados permanecen fieles a sus colores. Es una religión sin conversos que lamentablemente está perdiendo su poder. La configuración de los clubes cómo Sociedades Anónimas Deportivas y el dinero de la televisión les ha convertido en meras comparsas de un espectáculo que sólo existe por ellos y para ellos. Una lástima.
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