Gregario, de Charly Wegelius

Si para Vds julio equivale a Tour de France; si consideran míticos los Alpe d’Huez, Montirolo o Lagos de Hinault (rectius Lagos de Covadonga); les emocionan los nombres de Indurain, LeMond, Pantani, Froome, Contador, Armstrong, Nibali y Quintana; o simplemente les gusta el ciclismo, les recomiendo la biografía de Charly Wegelius: Gregario, Contra, 2016, 296 páginas. Se trata de un libro apasionante en el que el ciclista británico repasa su carrera deportiva, desde sus inicios como juvenil en un equipo amateur francés hasta su retirada en 2011. Retrata los aspectos más importantes del ciclismo, con un tono ameno y directo, que facilitan la lectura. Ayuda a comprender los entresijos del deporte de las dos ruedas y comprobar que no todo es tan maravilloso como la televisión y nuestra imaginación nos harían suponer (por ejemplo, hoteles en el Tour que bien podrían ser la charca de Shrek). Permítanme referirme a tres que han llamado mi atención.

El primero es el que da título al libro. Charles Wegelius fue un ‘gregario’, por decisión propia. Podría pensarse que se trató, pues, de un ciclista del montón, que nunca ganó nada y sólo sirvió para conformar la ‘serpiente multicolor’. Nada más lejos de la realidad. Los gregarios son profesionales muy preciados, que resultan clave para las aspiraciones del equipo. De ellos depende la victoria de los líderes, pues controlan el pelotón, leen las carreras, promueven o neutralizan las escapadas, llevan en volandas al líder y permiten que corone las cimas más escarpadas sin perder demasiado tiempo respecto de los especialistas. Es cierto que no ganan carreras; ni lo persiguen: se vacían para conseguir que sus jefes triunfen. De ahí que sean muy preciados en el circuito profesional: ningún corredor, por muy bueno que sea, puede ganar una gran vuelta sin contar con gregarios de confianza.

Ahora bien, el esfuerzo del gregario es inútil si el líder no sabe cumplir su labor. No me refiero a que no sea “bueno”. En el libro se ofrecen ejemplos de jefes de equipo que agotaron a sus compañeros a las primeras de cambio, malogrando el esfuerzo del colectivo. Y de otros que, gracias a su saber hacer, consiguieron exprimirles hasta las últimas gotas de sudor para lograr el éxito individual y el del equipo. Como bien se dice en el Cantar del Mío Cid: “¡Dios, qué buen vasallo! ¡Si oviesse buen señore!”

Otro de los temas que aparece (¿cómo no?) es el dopaje. Pero no hay nada amarillento en el libro: en ningún momento acusa a otro compañero, ni explica los métodos, ni se posiciona al respecto. Simplemente relata que dio positivo en el Giro de la Lombardía del 2003: había sobrepasado el límite de hematocrito que la UCI considera admisible. Tras pasar por un infierno, y dejarse miles de euros en las pruebas, al final consiguió demostrar que su propio organismo producía más glóbulos rojos de lo que la UCI consideraba habitual y pudo volver a correr. La crítica de Wegelius a los controles da que pensar: “(e)l hematocrito de una persona sube y baja continuamente: no es más que una forma de medir la dilución de sangre que da un porcentaje del oxígeno que transportan los glóbulos rojos en comparación con los blancos. Era fácil de manipular –ingiriendo mucha agua, por ejemplo- y no mostraban cuántos de estos glóbulos eran nuevos y a qué ritmo aparecían en el cuerpo. Era un método muy simple y básico, y la cifra del cincuenta por ciento era muy arbitraria”.

El último tema al que voy a referirme es el Mundial de Ciclismo de 2005, al que se dedica el capítulo décimo. La razón es que le ofrecieron dinero para favorecer a un ciclista de otro equipo. Recuerden que él era un deportista profesional y que el combinado nacional británico de la época dejaba mucho que desear, por utilizar una expresión políticamente correcta. Evidentemente no voy a explicar cómo acabó el asunto; simplemente les invitó a leer un libro que me ha distraído -lo cual ya es mucho- y ayudado a conocer un deporte tan bello como duro.


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