En pocos días empieza la mejor competición de fútbol habida
y por haber. Cierto es que el Mundial es más grandilocuente, puesto que participan equipos de todos los
continentes, pero no consigue tener la mística de la Champions. El Mundial no deja de ser una
competición puntual que agita el panorama futbolístico cada cuatro años:
aparecen nuevas perlas, se despiden viejas glorias... pero no repercute en el
desarrollo diario del fútbol. En cambio, la Champions League año tras año guía
las temporadas de los mejores clubes del mundo.
Los grandes equipos de Europa centran sus pretemporadas,
fichajes, salarios... en conquistarla. Desde el primer partido de
la temporada el objetivo final es luchar por ganarla. Seguramente, cualquiera de ellos
renunciaría a sus Ligas y Copas nacionales si eso les asegurará hacerse con
ella. Como me dice siempre un buen amigo, si en El Señor de los Anillos había un anillo para gobernarlos a todos,
en el fútbol hay una competición que gobierna sobre el resto. Sin embargo,
solo la puede ganar uno, lo cual siguiendo con el simil anterior, la convierte en una guerra futbolística. Los que fracasan y van quedando eliminados se
centran en sus competiciones domésticas, con el objetivo de intentar justificar
una temporada que sin la Champions League ya nunca podrá ser excelente.
Por suerte para los aficionados, el 18 de febrero rodará de nuevo el balón estrellado. Las temporadas de muchos equipos empezarán a valorarse entorno a eliminatorias de 180 minutos. Emociones, dinero y fútbol se confiarán a los pies de 22 jugadores, una pelota y el azar arbitral. De ellos dependerá el éxito y fracaso de muchos clubes, y es que es a partir de ahora que los grandes del fútbol escriben su historia.
Suenan tambores de guerra, suenan tambores de Champions.
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